Bip, bip! ¿Me recibes? ¿Me recibes?

Como estudiante fui disperso. Me aburría.

Los que realmente me aburrían eran los profesores. Algunos. Otros me fascinaban porque sabían volar por encima de los libros de texto, de los temas, de los apuntes…
Hacían bien su trabajo. Eran buenos educadores. Los otros eran malos enseñantes.

La diferencia entre «educar» y «enseñar» me la explicó un cura que, pese a sus 80 años, sigue tan en forma como cuando le conocí. Se llama Evaristo Larrea y lo que aprendí con él ha sustentado muchos principios en mi vida.

Dice Evaristo que «enseñar» es lo que hacen los malos maestros: se ponen frente a sus alumnos y les enseñan, o sea, les «muestran», lo que ellos saben.

Como ese aburrido catedrático que, desde su estrado, suelta un rollo que domina, pero sin tener la menor preocupación por lo que ocurre en la mente de sus alumnos y a eso le llamamos enseñanza.

No hay comunicación. Emisor y receptor están en distinta frecuencia.

– “Bip bip ¿Me recibes? ¿Me recibes?”

¿Qué es «educar»? La palabra viene del latín, educere, que quiere decir «sacar». Sacar del alma de la persona, buscar en ella, producir impulsos para que se mueva y se interrogue…

Nadie debería identificarse con la profesión de «enseñante». Me recuerda al exhibicionista que abre su gabardina en las cercanías de un colegio…

Aprender es un proceso vital que nace en el interior de uno mismo y en ello tiene mucho que ver la estimulación de la curiosidad, del interés por el descubrimiento, de activar el motor de la imaginación… Eso es educar. Y es lo que tambien intentamos nosotrso como padres

Recuerdo a Don Santiago, a Don Terencio, a Don Ignacio, a Don José Luís… Mis maestros. Se curraban sus clases para cambiar el paso del libro de literatura o de filosofía o de economía o de recursos humanos… Por ellos conocí a otro Lazarillo de Tormes, a otro Cela, otro Aristóteles…

Dicen que la cultura es aquello que nos queda después de haberlo olvidado todo…

Lo que yo NO he olvidado es lo que aprendí de mis buenos: a buscar la visión lateral, emocional, no siempre evidente, que tienen las cosas. Eso es lo que despierta el interés, base en la que se apoya el proceso de aprender.

El aprendizaje, para que sea inolvidable, debe estar muy cerca de las emociones. Por eso un educador, padre o maestro, al fin y al cabo, tiene que ser un ilusionador, un creador de imágenes mentales, un estimulador de emociones.

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¡No confundas TENER con DISFRUTAR!

Nos dejamos llevar por el impulso de tener cosas y eso condiciona nuestra felicidad.

Confundimos el TENER con DISFRUTAR y son dos cosas que, muchas veces, chocan.

¿Quién nos ha metido en el cuerpo esa necesidad de «poseer»? ¿Es atávico? ¿Nos lo ha inoculado la sociedad? ¿Tiene algo que ver con la codicia?

¿Comprar o Alquilar?

El hombre, desde sus orígenes, ha luchado para conquistar su territorio, su refugio, su hembra, su rebaño, su manantial, su tribu… ¡Pero vaya trabajo le supone conseguir y conservar sus posesiones! Una eterna guerra y una incesante preocupación.

Las cosas materiales tienen un veneno que mata la felicidad que podrían proporcionarnos. El tiempo se nos va en CUIDAR de lo que tenemos más que en DISFRUTAR de ello.

Por ejemplo, cuando decimos «tengo una casa, tengo un coche, tengo un perro, tengo un apartamento, tengo un barco, tengo, tengo, tengo…», la realidad es que todas esas cosas NO LAS TENEMOS sino que ¡ELLAS NOS TIENEN A NOSOTROS!

Tu perro se moriría de hambre si no te tuviera a ti, tu jardín se convertiría en una selva si no podaras los arbustos, tu casa sería una ruina si no la cuidaras, tu coche sería chatarra si no lo mantuvieras…

Casi todas las cosas que soñamos TENER nos obligan luego a preocuparnos y a ocuparnos de ellas permanentemente.

¡Deberíamos desprendernos de ese atavismo para ser más felices!

Además, “tener cosas” no corresponde a estos tiempos. TENER es algo primitivo, obsoleto, caduco y va en contra de nuestros intereses.

Hoy ya no hay que ser DUEÑO. Hay que ser USUARIO.

La obsesión de comprar nuestra vivienda en lugar de alquilarla se ha llevado por delante miles de economías domésticas. -«Es que mi casa cada día vale más… Es que es un seguro para la vejez… Es que lo que pagaría por alquilar sería como dinero tirado…»

El tiempo está demostrando que todo eso no es así.

¡Cuánta felicidad arrebatada por el ansia de TENER!

Si alquilas una casa, eres más libre que si te atas a una hipoteca para toda la vida. Si adquieres un coche por renting o leasing te despreocuparás de él. Si en vez de comprar un barco lo “charteas”, lo gozarás en el lugar y momento que te apetezca. Si no te dejas engañar por tus hijos cuando te dicen «cómpranos un perro que nosotros lo cuidaremos», no tendrás que sacarlo TÚ a pasear y recoger sus cacas…

Para ser más feliz es mejor USAR que TENER cosas.

Mi amigo Luis Cadarso, responsable de patrocinios y proyectos especiales del BBVA, me decía que “los seres humanos tendríamos que reeducarnos para ser DISFRUSARIOS, o sea, USUARIOS DISFRUTADORES DE LAS COSAS.”

Esa palabra que ha inventado Luis, define una actitud ante las posesiones que se apoderan de nuestra existencia.

Si aprendiéramos a ser más «disfrusarios» y menos «propietarios», sufriríamos menos… y seríamos más ricos, no sólo en experiencias de vida sino también en términos económicos reales.

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¡Los millonarios no dan envidia…! Aunque nos toque a nosotros pagar el pato de los impuestos…

Esos yates enormes que reposan en los puertos deportivos de Palma de Mallorca, Puerto Banús, Alicante, Barcelona, Mónaco, Porto Cervo, Palm Beach… son un espectáculo admirable.
Yates  atracados en el puerto deportivo de Montecarlo
Nos paseamos delante de ellos, tomando un helado y comentando con nuestra pareja:

-«Mira: aquel azul, tiene el mástil más alto. ¡Qué maravilla! ¿Y ese otro? Por lo menos medirá 50 metros…»

Algunos de los barcazos pertenecen a personajes famosos, pero la inmensa mayoría no tienen propietario conocido.

Esas fortunas flotantes, expuestas sin pudor ante los ojos del mundo, esconden detrás todo un tinglado de ingeniería financiera, que los hacen opacos, invisibles, a los recaudadores de impuestos.

¡¡Pero no nos dan envidia!! Aunque nos toque a nosotros empresarios, autónomos, trabajadores, pensionistas… pagar el pato del Iva, del Irpf, del impuesto de sociedades y de todos los etcéteras que nos imponga Hacienda. Es como si «ellos» fueran extraterrestres, libres de nuestras cargas de humildes terrícolas, y aceptamos con total normalidad esa diferencia.

Y seguimos nuestro paseo contemplando el espectáculo de esa fascinante belleza de esloras descomunales y exóticas banderas.

La riqueza inaccesible, la que excede de nuestra capacidad de ponerle ceros a una fortuna, nos sobrepasa. Pertenece a otra galaxia. Ellos están allí y nosotros aquí a inabarcables años luz de distancia…

No quiero parecer demagogo. Es únicamente una observación en la que, repentinamente, he caído en cuenta.

Hay cosas que tomamos por descontado en nuestras vidas y, de repente un día, sin saber por qué vas y las miras desde otro ángulo.

Desde el lado opuesto de esa realidad, nos suele ocurrir algo parecido al ver una escena de una humanidad que se muere de hambre y de sed en África. Aunque sientas la punzada de la «injusticia divina» nos toca a tal distancia de nuestro confort cotidiano que pensamos, «pobrecitos, que mala suerte haber nacido allí y qué suerte la nuestra de haber nacido aquí…» Es otra realidad que no nos alcanza.

Para no meterme en más honduras, y hablando de los millonarios, quiero decir que la inevitable recaudación de impuestos les toca de refilón. Los denominados por Hacienda «contribuyentes», somos los transparentes y alcanzables ciudadanos corrientes.

Carmen Alcaide, en su artículo «Las indeseables subidas de impuestos» («El País» Negocios -domingo 6 de junio-) dice: «También habría que investigar más las rentas que se escapan de impuestos equivalentes al IRPF a través de sociedades más o menos interpuestas…

Algunos tipos de fraude permiten las mayores injusticias en el tratamiento fiscal de las rentas.»

Pero el común de los mortales aceptamos, en general, esta situación con cierta resignación o conformismo y ¡sin envidia! que es lo extraordinario.

La envidia nos muerde sólo con las cosas más cercanas como el coche nuevo que se ha comprado el cuñado o las cortinas que ha puesto la vecina…

Esos hermosos yates, inmóviles durante meses en sus amarres, seguirán siendo el punto de atracción turística de privilegiadas ciudades marineras. Y, con seguridad, producirán trabajo y riqueza a talleres, tripulaciones, transportistas, suministradores, comercios de lujo, etc, etc… Pero vaya usted a saber lo que no habrán movido muchos de sus “propietarios” para escurrir lo que nos toca asumir a los «contribuyentes» de toda vida…

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