Sí creo que, a pesar de las grandes amenazas que se ciernen sobre el destino de nuestro planeta, los niños que ahora tienen dos, tres, cuatro… años, van a poder vivir 100 años.
Y eso a pesar de lo que dicen los glaciólogos de que el Océano Glacial Ártico perderá el hielo antes del 2030.
O a pesar de que otras investigaciones concluyen que, por esa misma, causa entraremos en otra glaciación ya que el agua dulce que aportará al mar el deshielo hará descender su salinidad y eso interrumpirá la corriente cálida del Golfo, que suaviza la temperatura en el norte del planeta.
A pesar de incertidumbres y contradicciones humanas y científicas como éstas, creo en el Hombre que, con el desarrollo exponencial de la tecnología, será capaz de poner remedio a los desastres que ocasiona.
Yo creo más en las esperanzas que en las hecatombes anunciadas.
Creo, por ejemplo, a Damon Matthews, de la Universidad de Concordia (Canadá), que afirma que antes de 45 años habrá un escudo de geoingeniería que bloqueará las radiaciones solares y el calentamiento global.
Y también creo a Ken Caldeira, climatólogo de Carnegie Institution (Washington), que sostiene que gran parte de las necesidades de energía eléctrica del planeta se obtendrán de los vientos huracanados de la alta atmósfera antes del 2040.
Y me convence James Canton, fundador del Institute for Global Futures (San Francisco) cuando dice que la nanotecnología podrá destruir las células cancerosas antes del 2025 y que todos dispondremos de nuestro ADN individual para, por ejemplo, regenerar nuestra memoria.
También me convence el Rensselaer Polytecnich Institute al explicar que antes de 2020 se podrá obtener del mar agua potable de forma barata.
Crispin Tickell, científico inglés que predijo hace más de treinta años el calentamiento global, afirmó recientemente que «ve el futuro con cierto optimismo… porque los seres humanos somos inteligentes a la hora de identificar amenazas y el carácter global de las nuevas tecnologías facilita la colaboración humana”.
«Además –continúa Tickell- la mayoría de las soluciones a nuestros problemas son bien conocidas. Lo malo es que no las ponemos en práctica hasta el último minuto…»
Y dejo una última reflexión de Tickell cuando dice que «la vida, desde el fondo de los océanos hasta la atmósfera, es muy resistente…»
2015, 2020, 2030, 2040… ¡Están al alcance de la mano!
Nuestros niños de dos, tres, cuatro… años entonces estarán en su plenitud… ¡Y les quedarán tantos años por vivir…! Sí creo que podrán vivir cien años.
Y creo que, con su trabajo y una nueva ética global, contribuirán a que el planeta Tierra sea vivible. Y no sólo para ellos si no también para tantos millones de seres humanos que, en algunos lugares de la tierra, sobrevivir hoy es ya un milagro.
¿Seremos capaces de preparar a nuestros hijos y nietos para que construyan ese futuro, SU futuro?