¿Qué crees que es lo más importante para educar a los hijos?

Me lo preguntaba ayer mi segunda hija.

Está esperando un bebé. Será niña. Tiene ya dos chicos, uno de 6 y otro de 3 años, y se plantea el gran interrogante.

-«¿Cómo tengo que educar a mis hijos para no fallar?»

Mi madre dice que no recuerda haberse dedicado especialmente a nuestra educación… 
Ella es hija única y vivió feliz en Inglaterra y en Francia hasta los 17 años siguiendo a mis abuelos a todas partes. Sea por lo que fuere, mi madre nos dejó bastante a nuestro aire a mis cuatro hermanos y a mí, que era el mayor… ¡Y salimos adelante y con estupendos recuerdos de nuestra infancia!

Quizás ese «sistema» tenga algo que ver con lo que oí hace unos días a José María Doria, psicoterapeuta, en una charla que dio a un grupo de empresarios.

 -» Los jóvenes aprenden más por lo que ven que por lo que oyen. En realidad hacen poco caso a lo que les decimos. No nos escuchan. Es inútil…»

Sin estar del todo de acuerdo con Doria, es probable que lo que vemos en casa, y también en el colegio, sea lo que inspire luego nuestros modos de ser y de actuar en la vida… Mis padres eran estupendos pero, claro, con el tiempo al hacerte mayorcito, te das cuenta de algunas inevitables carencias. Y asumes también tus propios pecados…

Por eso, con la experiencia de ser hijo, marido, padre y abuelo, respondí a la pregunta de mi hija durante una agradable sobremesa con ella, su madre, mi yerno y yo.

Para educar a los hijos, le dije, hay CUATRO COSAS que ahora intento resumir:

Primera: Tiempo. La cosa requiere dedicación, estar muy presente en la vida de tus hijos, acompañarles, que te sientan cerca, con interés por sus cosas. Si sacas tiempo de donde no lo hay, lo ven y lo valoran. Y responden. Ahí está el reto de la vida actual que obliga a los padres a repartirse tanto y en tantas obligaciones.

Segunda: Hacerles crecer con seguridad en sí mismos. Estimularles. Que vean que no hay diferencias entre hermanos. Qué sientan que valen, que son capaces, que les aplaudes cuando se superan. Que sepan que llegarán donde se lo propongan.

Tercera: Normalmente, cuando los niños son niños, la voluntad la pones tú. Ellos tienen que construir la suya con tu ayuda. Eres su entrenador. La voluntad se alimenta del sentimiento de  felicidad que da el hacer lo que tenías que hacer. No hay mejor premio. Esa sensación hay que enseñarles a SENTIRLA. Es lo que les empuja a volver a hacer el esfuerzo, a no dejar las cosas para mañana, a terminar los deberes del cole, … Y hay que estar encima y ayudarles hasta que su voluntad tome su propio impulso.

Cuarta: Enseñarles a AMAR, a no quedarse cortos, a expresar lo que sienten, a decir te quiero, gracias, por favor y perdón… a entender la grandeza de la humildad, a respetar a los demás, a ser honestos y generosos… Y a disfrutar de los pequeños detalles.

Probablemente faltarán muchas cosas para completar el cuadro pero eso es lo que, en resumidas cuentas, le dije a mi hija.

Y, por supuesto, sin olvidar que, finalmente, la esencia está en enseñar a tus hijos a vivir sin miedo, ni pereza, ni vergüenza.

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Bip, bip! ¿Me recibes? ¿Me recibes?

Como estudiante fui disperso. Me aburría.

Los que realmente me aburrían eran los profesores. Algunos. Otros me fascinaban porque sabían volar por encima de los libros de texto, de los temas, de los apuntes…
Hacían bien su trabajo. Eran buenos educadores. Los otros eran malos enseñantes.

La diferencia entre «educar» y «enseñar» me la explicó un cura que, pese a sus 80 años, sigue tan en forma como cuando le conocí. Se llama Evaristo Larrea y lo que aprendí con él ha sustentado muchos principios en mi vida.

Dice Evaristo que «enseñar» es lo que hacen los malos maestros: se ponen frente a sus alumnos y les enseñan, o sea, les «muestran», lo que ellos saben.

Como ese aburrido catedrático que, desde su estrado, suelta un rollo que domina, pero sin tener la menor preocupación por lo que ocurre en la mente de sus alumnos y a eso le llamamos enseñanza.

No hay comunicación. Emisor y receptor están en distinta frecuencia.

– “Bip bip ¿Me recibes? ¿Me recibes?”

¿Qué es «educar»? La palabra viene del latín, educere, que quiere decir «sacar». Sacar del alma de la persona, buscar en ella, producir impulsos para que se mueva y se interrogue…

Nadie debería identificarse con la profesión de «enseñante». Me recuerda al exhibicionista que abre su gabardina en las cercanías de un colegio…

Aprender es un proceso vital que nace en el interior de uno mismo y en ello tiene mucho que ver la estimulación de la curiosidad, del interés por el descubrimiento, de activar el motor de la imaginación… Eso es educar. Y es lo que tambien intentamos nosotrso como padres

Recuerdo a Don Santiago, a Don Terencio, a Don Ignacio, a Don José Luís… Mis maestros. Se curraban sus clases para cambiar el paso del libro de literatura o de filosofía o de economía o de recursos humanos… Por ellos conocí a otro Lazarillo de Tormes, a otro Cela, otro Aristóteles…

Dicen que la cultura es aquello que nos queda después de haberlo olvidado todo…

Lo que yo NO he olvidado es lo que aprendí de mis buenos: a buscar la visión lateral, emocional, no siempre evidente, que tienen las cosas. Eso es lo que despierta el interés, base en la que se apoya el proceso de aprender.

El aprendizaje, para que sea inolvidable, debe estar muy cerca de las emociones. Por eso un educador, padre o maestro, al fin y al cabo, tiene que ser un ilusionador, un creador de imágenes mentales, un estimulador de emociones.

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