Esos yates enormes que reposan en los puertos deportivos de Palma de Mallorca, Puerto Banús, Alicante, Barcelona, Mónaco, Porto Cervo, Palm Beach… son un espectáculo admirable.
Nos paseamos delante de ellos, tomando un helado y comentando con nuestra pareja:
-«Mira: aquel azul, tiene el mástil más alto. ¡Qué maravilla! ¿Y ese otro? Por lo menos medirá 50 metros…»
Algunos de los barcazos pertenecen a personajes famosos, pero la inmensa mayoría no tienen propietario conocido.
Esas fortunas flotantes, expuestas sin pudor ante los ojos del mundo, esconden detrás todo un tinglado de ingeniería financiera, que los hacen opacos, invisibles, a los recaudadores de impuestos.
¡¡Pero no nos dan envidia!! Aunque nos toque a nosotros empresarios, autónomos, trabajadores, pensionistas… pagar el pato del Iva, del Irpf, del impuesto de sociedades y de todos los etcéteras que nos imponga Hacienda. Es como si «ellos» fueran extraterrestres, libres de nuestras cargas de humildes terrícolas, y aceptamos con total normalidad esa diferencia.
Y seguimos nuestro paseo contemplando el espectáculo de esa fascinante belleza de esloras descomunales y exóticas banderas.
La riqueza inaccesible, la que excede de nuestra capacidad de ponerle ceros a una fortuna, nos sobrepasa. Pertenece a otra galaxia. Ellos están allí y nosotros aquí a inabarcables años luz de distancia…
No quiero parecer demagogo. Es únicamente una observación en la que, repentinamente, he caído en cuenta.
Hay cosas que tomamos por descontado en nuestras vidas y, de repente un día, sin saber por qué vas y las miras desde otro ángulo.
Desde el lado opuesto de esa realidad, nos suele ocurrir algo parecido al ver una escena de una humanidad que se muere de hambre y de sed en África. Aunque sientas la punzada de la «injusticia divina» nos toca a tal distancia de nuestro confort cotidiano que pensamos, «pobrecitos, que mala suerte haber nacido allí y qué suerte la nuestra de haber nacido aquí…» Es otra realidad que no nos alcanza.
Para no meterme en más honduras, y hablando de los millonarios, quiero decir que la inevitable recaudación de impuestos les toca de refilón. Los denominados por Hacienda «contribuyentes», somos los transparentes y alcanzables ciudadanos corrientes.
Carmen Alcaide, en su artículo «Las indeseables subidas de impuestos» («El País» Negocios -domingo 6 de junio-) dice: «También habría que investigar más las rentas que se escapan de impuestos equivalentes al IRPF a través de sociedades más o menos interpuestas…
Algunos tipos de fraude permiten las mayores injusticias en el tratamiento fiscal de las rentas.»
Pero el común de los mortales aceptamos, en general, esta situación con cierta resignación o conformismo y ¡sin envidia! que es lo extraordinario.
La envidia nos muerde sólo con las cosas más cercanas como el coche nuevo que se ha comprado el cuñado o las cortinas que ha puesto la vecina…
Esos hermosos yates, inmóviles durante meses en sus amarres, seguirán siendo el punto de atracción turística de privilegiadas ciudades marineras. Y, con seguridad, producirán trabajo y riqueza a talleres, tripulaciones, transportistas, suministradores, comercios de lujo, etc, etc… Pero vaya usted a saber lo que no habrán movido muchos de sus “propietarios” para escurrir lo que nos toca asumir a los «contribuyentes» de toda vida…