Las personas, las empresas, las instituciones, los países… todo lo que tiene que ver con la condición humana necesita la misma energía para progresar: visión, empuje, esfuerzo, entrega, ilusión… Y asumir riesgos.
Quienes tenemos la suerte de haber nacido en este lado del mundo tomamos por descontado lo que la civilización nos regala. Mientras tanto la mayor parte de la humanidad sufre graves penurias. Además, la brecha entre ellos y nosotros se agranda sin piedad. Ahí tenemos el mayor problema de la humanidad y sin solución visible.
Llegar hasta donde nosotros hemos llegado ha supuesto el empeño de nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Ellos pelearon duro para dar a sus hijos y a nosotros una vida nueva.
Viene bien de vez en cuando echar una mirada hacia atrás y, de paso, enviar un recuerdo agradecido a quienes, con su trabajo, ayudaron a ponernos donde hoy estamos.
Nos parece lo normal la TDT, los smartphones, el AVE, la Villeda y el Nespresso… Nuestros hijos y nietos no pueden imaginar cómo era España hace tan solo 60 años. «Bienvenido Mister Marshall» les parece una película de la prehistoria…
En el cine americano de esos mismos años se veían cochazos con dirección asistida y aire acondicionado mientras en muchos pueblos de Castilla, Extremadura, Andalucía… la gente tenía que ir a buscar el agua a la fuente pública con un burro y dos tinajas.
Nos hemos instalado en tal nivel del confort que algunos trabajos ya no nos parecen dignos de nuestro nivel de vida… y se los encomendamos a los inmigrantes. Entretanto, montones de jóvenes «Ni Ni» (Ni estudian, Ni trabajan) viven del cuento amarrados a la economía paterna…
Pienso a veces que no es que no haya trabajo sino que lo que padecemos es un fatal exceso de confort.
El confort puede producir una esclerosis paralizante. No sólo a las personas; también a los estados.
El doctor Hans Rosling (http://tinyurl.com/32fzttp) ha hecho profundos estudios sobre la evolución del mundo desde los años 50 hasta el 2010. Dice que los más ricos, como Luxemburgo o Suecia, no tienen que luchar para alcanzar mayores cotas de confort. Ni tampoco tienen que competir con otros países a los que alcanzar. Y eso, dice Rosling, les hace incapaces de «predecir» su futuro.
El debate político en países ricos y acomodados, dice Rosling se limita a los próximos tres años. En cambio, si hablas con dirigentes de India o China, sus planes miran 25 años más allá. ¡Hablan y sueñan sobre cómo será el mundo que dejarán a las próximas generaciones! Saben a dónde van, a lo que aspiran, que en realidad, es a las mismas cotas de confort que disfrutamos ahora nosotros.
Ese es su reto. La ambición y la energía que les mueve.
Es peligroso instalarse en el nivel de confort que nos ofrece la sociedad. Y de que también lo hagan nuestros jóvenes. Quienes vienen empujando con fuerza y con ganas de progresar pueden no solo alcanzarnos sino dejarnos de lado.
Nuestro confort no es un don que nunca podemos perder. Para darse cuenta de ello también conviene echar una mirada hacia atrás y fijarnos en lo que ocurrió en otros pueblos, bien cercanos a nuestra cultura…
A buen entendedor…