El 5 de Abril me dieron las 4.30 de la madrugada del Viernes Santo delante del televisor. Estaba asistiendo en directo por «GiraldaTV» y «La 13» a «La Madrugá» de Sevilla.
Me sentí abducido por un espectáculo sobrehumano y religioso, que veía por primera vez. ¡No había podido imaginar tales dimensiones de emoción y fascinación.
Cuando algún amigo sevillano me había relatado detalles de «su» Semana Santa, bromeaba con sarcasmos irrespetuosos de los que ahora me arrepiento:
– «¡Pero si esas vírgenes son sólo unos palos que sostienen una cabeza y unas manos de yeso! ¡Y luego lo cubren todo de ropas y capas doradas y brillantes…!»
Ya. Pero lo que vi por la tele en «La Madrugá» del Viernes Santo no va por ahí.
A las 10 de la noche dejó de llover en Sevilla y las 6 Hermandades pudieron ponerse en marcha. La espera de las miles de personas que llenaban calles y plazas era angustiosa. Costaleros, capirotes, músicos, cofrades, capataces…, y un sin número de personas que durante todo el año trabajan para ese momento, vivían en suspenso el transcurrir de los minutos.
Y comenzaron a salir de sus iglesias y santuarios La Esperanza Macarena, El Jesús del Gran Poder, La Esperanza de Triana, El Silencio, Los Gitanos, El Calvario… Entonces es cuando dejé casi a oscuras la habitación y entré por la ventana del televisor en «La Madrugá» de Sevilla.
Ni los toros en la plaza, ni el fútbol en el campo, ni el golf en el green se ven con la precisión que proporciona una buena transmisión por televisión. Y ahora añado las procesiones en Sevilla. No voy a entrar en las vivencias de asistir en vivo a ese y a otros espectáculos…
Permanecí durante horas sobrecogido viendo en primer plano el fulgor de las velas, los palios recargados de platas y oros, los rostros dolorosos de las vírgenes y los de Jesús, las caras absortas de los espectadores en calles y plazas, algunos secándose las lágrimas. Y el recogimiento, el silencio, las saetas, los gritos, los aplausos, los piropos…
Las zapatillas de los costaleros sobresalían levemente bajo las cortinas de los sagrados ingenios. Se movían con pasitos mínimos al ritmo de las cornetas y tambores… La música, entre militar y mortuoria, me estremecía.
Me sentí envuelto en aquella subyugante coreografía creada siglo tras siglo por artesanos y artistas religiosos pero, sobre todo, por la devoción de un pueblo entero que ha ido dando forma ritual al dolor de una Madre ante el martirio de su hijo. «La Madrugá» es algo que es más que una tradición, una conmemoración o una fiesta de alcance mundial.
España es un estado aconfesional y dicen que por eso han quitado los crucifijos de algunas escuelas. Pero en el calendario oficial seguirá estando la Semana Santa, el Jueves Santo, el Viernes Santo, la Pascua, la Navidad, los Reyes Magos… y todos los Santos patrones que dan nombre a nuestras innumerables fiestas. ¿Quién puede atreverse a suprimirlos? En estas festividades no hay recortes posibles.
En Francia, el Viernes Santo es un día de trabajo normal. Francia es un estado laico y, como en otros estados europeos, todavía les queda la fiesta de la Navidad cristiana. Pero poco más.
En España nuestras raíces católicas son muy profundas y no se pueden arrancar. Y aunque la educación proponga la religión como una opción, los niños hacen la primera comunión por los regalos y el festejo que supone.
Hace unas semanas hicimos con la familia una excursión por La Rioja y paramos en Santo Domingo de la Calzada, donde dice la tradición que «cantó la gallina después de asada».
Sobre uno de los altares hay una jaula con un gallo y una gallina. Una curiosidad para nuestros nietos, pensamos… Pero lo que les impactó fue el gran Cristo crucificado, con la sangre en el costado, las manos y los pies clavados y la corona de espinas. Todavía son pequeños y no habían tenido delante la crueldad de esa imagen. Es que van a colegios «seglares»… Yo, a su edad, y por la educación católica que me dieron, ya había asistido a muchos Via Crucis.