Se acabó el mes de agosto, ese mes rarito en el que se interrumpe el ciclo normal de los días.
Es igual que estés o no de vacaciones. Todo se altera. En tu empresa, en tu casa, en el gimnasio, en el aeropuerto, en el telediario…
Estoy deseando que llegue agosto y cuando llega nunca se acomoda a mis expectativas.
Si quieres trabajar, malamente porque no encuentras a nadie. Si quieres viajar, complicado porque todo está «completo» por tierra, mar y aire. Si quieres quedarte tranquilo en casa, imposible porque te lían con cenas, festejos y demás celebraciones…
– «Voy a ver si me tomo unos días para descansar, leer, escribir…». Hermoso plan inalcanzable.
Mi familia, esa entrañable red social de abuelos, padres, hermanos, hijos, yernos, nueras, cuñados, suegros, consuegros, sobrinos, primos, nietos, amigos y demás parientes… ocupa durante el mes de agosto el centro neurálgico de la vida. Y no da tregua.
Parece que me quejo… pero no me quejo, no sé si me explico….
Fernando Schwartz, embajador, presentador de TV y escritor, hacía esta dedicatoria en una de sus novelas: «A mi familia, sin cuya contribución, este libro hubiera visto la luz mucho antes».
La familia devora un montón de intimidad. Con ella no puedes estar a la misa y a las campanas. Obliga a una intensa dedicación.
El dilema es que, cuando no la tienes, la echas de menos y cuando te sumerges en ella, estás deseando quedarte a tus anchas.
Ni contigo ni sin ti
Mis penas tienen remedio
Contigo porque me matas
Y sin ti porque me muero
En este mes de agosto he atrapado inolvidables e irrepetibles instantes en fotos y videos llenos de alegría. Pero dentro del corazón sentía ese toque de melancolía que da el saber que las risas de los niños, sus juegos, sus expresiones… y la vida de todos los que giramos a su alrededor, no volverá a ser igual. ¡Todo transcurre tan deprisa! A veces detendríamos el tiempo.
En conclusión: he vivido un agosto en la dualidad entre el disfrute de ratos entrañables en familia y ese qué bien me vendría un poco de soledad, de sosiego, de tiempo para mí mismo.
Hay personas que no saben estar solas. A mí me encanta. Y lo necesito.
Ahora, en septiembre, cuando cada mochuelo vuelva a su olivo y la vida retome su normalidad, voy a buscar MI tiempo. Y no me sentiré culpable ni tendré mala conciencia. ¡Me toca!
Ayer, 31 de agosto, un amigo me decía: -«¡Qué bien! Mañana al despacho y ¡a descansar de familia…!»
Es un poco locura esta vida, ¿no crees? O… ¿será agosto lo que nos trastorna?