¡No confundas TENER con DISFRUTAR!

Nos dejamos llevar por el impulso de tener cosas y eso condiciona nuestra felicidad.

Confundimos el TENER con DISFRUTAR y son dos cosas que, muchas veces, chocan.

¿Quién nos ha metido en el cuerpo esa necesidad de «poseer»? ¿Es atávico? ¿Nos lo ha inoculado la sociedad? ¿Tiene algo que ver con la codicia?

¿Comprar o Alquilar?

El hombre, desde sus orígenes, ha luchado para conquistar su territorio, su refugio, su hembra, su rebaño, su manantial, su tribu… ¡Pero vaya trabajo le supone conseguir y conservar sus posesiones! Una eterna guerra y una incesante preocupación.

Las cosas materiales tienen un veneno que mata la felicidad que podrían proporcionarnos. El tiempo se nos va en CUIDAR de lo que tenemos más que en DISFRUTAR de ello.

Por ejemplo, cuando decimos «tengo una casa, tengo un coche, tengo un perro, tengo un apartamento, tengo un barco, tengo, tengo, tengo…», la realidad es que todas esas cosas NO LAS TENEMOS sino que ¡ELLAS NOS TIENEN A NOSOTROS!

Tu perro se moriría de hambre si no te tuviera a ti, tu jardín se convertiría en una selva si no podaras los arbustos, tu casa sería una ruina si no la cuidaras, tu coche sería chatarra si no lo mantuvieras…

Casi todas las cosas que soñamos TENER nos obligan luego a preocuparnos y a ocuparnos de ellas permanentemente.

¡Deberíamos desprendernos de ese atavismo para ser más felices!

Además, “tener cosas” no corresponde a estos tiempos. TENER es algo primitivo, obsoleto, caduco y va en contra de nuestros intereses.

Hoy ya no hay que ser DUEÑO. Hay que ser USUARIO.

La obsesión de comprar nuestra vivienda en lugar de alquilarla se ha llevado por delante miles de economías domésticas. -«Es que mi casa cada día vale más… Es que es un seguro para la vejez… Es que lo que pagaría por alquilar sería como dinero tirado…»

El tiempo está demostrando que todo eso no es así.

¡Cuánta felicidad arrebatada por el ansia de TENER!

Si alquilas una casa, eres más libre que si te atas a una hipoteca para toda la vida. Si adquieres un coche por renting o leasing te despreocuparás de él. Si en vez de comprar un barco lo “charteas”, lo gozarás en el lugar y momento que te apetezca. Si no te dejas engañar por tus hijos cuando te dicen «cómpranos un perro que nosotros lo cuidaremos», no tendrás que sacarlo TÚ a pasear y recoger sus cacas…

Para ser más feliz es mejor USAR que TENER cosas.

Mi amigo Luis Cadarso, responsable de patrocinios y proyectos especiales del BBVA, me decía que “los seres humanos tendríamos que reeducarnos para ser DISFRUSARIOS, o sea, USUARIOS DISFRUTADORES DE LAS COSAS.”

Esa palabra que ha inventado Luis, define una actitud ante las posesiones que se apoderan de nuestra existencia.

Si aprendiéramos a ser más «disfrusarios» y menos «propietarios», sufriríamos menos… y seríamos más ricos, no sólo en experiencias de vida sino también en términos económicos reales.

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¡Los millonarios no dan envidia…! Aunque nos toque a nosotros pagar el pato de los impuestos…

Esos yates enormes que reposan en los puertos deportivos de Palma de Mallorca, Puerto Banús, Alicante, Barcelona, Mónaco, Porto Cervo, Palm Beach… son un espectáculo admirable.
Yates  atracados en el puerto deportivo de Montecarlo
Nos paseamos delante de ellos, tomando un helado y comentando con nuestra pareja:

-«Mira: aquel azul, tiene el mástil más alto. ¡Qué maravilla! ¿Y ese otro? Por lo menos medirá 50 metros…»

Algunos de los barcazos pertenecen a personajes famosos, pero la inmensa mayoría no tienen propietario conocido.

Esas fortunas flotantes, expuestas sin pudor ante los ojos del mundo, esconden detrás todo un tinglado de ingeniería financiera, que los hacen opacos, invisibles, a los recaudadores de impuestos.

¡¡Pero no nos dan envidia!! Aunque nos toque a nosotros empresarios, autónomos, trabajadores, pensionistas… pagar el pato del Iva, del Irpf, del impuesto de sociedades y de todos los etcéteras que nos imponga Hacienda. Es como si «ellos» fueran extraterrestres, libres de nuestras cargas de humildes terrícolas, y aceptamos con total normalidad esa diferencia.

Y seguimos nuestro paseo contemplando el espectáculo de esa fascinante belleza de esloras descomunales y exóticas banderas.

La riqueza inaccesible, la que excede de nuestra capacidad de ponerle ceros a una fortuna, nos sobrepasa. Pertenece a otra galaxia. Ellos están allí y nosotros aquí a inabarcables años luz de distancia…

No quiero parecer demagogo. Es únicamente una observación en la que, repentinamente, he caído en cuenta.

Hay cosas que tomamos por descontado en nuestras vidas y, de repente un día, sin saber por qué vas y las miras desde otro ángulo.

Desde el lado opuesto de esa realidad, nos suele ocurrir algo parecido al ver una escena de una humanidad que se muere de hambre y de sed en África. Aunque sientas la punzada de la «injusticia divina» nos toca a tal distancia de nuestro confort cotidiano que pensamos, «pobrecitos, que mala suerte haber nacido allí y qué suerte la nuestra de haber nacido aquí…» Es otra realidad que no nos alcanza.

Para no meterme en más honduras, y hablando de los millonarios, quiero decir que la inevitable recaudación de impuestos les toca de refilón. Los denominados por Hacienda «contribuyentes», somos los transparentes y alcanzables ciudadanos corrientes.

Carmen Alcaide, en su artículo «Las indeseables subidas de impuestos» («El País» Negocios -domingo 6 de junio-) dice: «También habría que investigar más las rentas que se escapan de impuestos equivalentes al IRPF a través de sociedades más o menos interpuestas…

Algunos tipos de fraude permiten las mayores injusticias en el tratamiento fiscal de las rentas.»

Pero el común de los mortales aceptamos, en general, esta situación con cierta resignación o conformismo y ¡sin envidia! que es lo extraordinario.

La envidia nos muerde sólo con las cosas más cercanas como el coche nuevo que se ha comprado el cuñado o las cortinas que ha puesto la vecina…

Esos hermosos yates, inmóviles durante meses en sus amarres, seguirán siendo el punto de atracción turística de privilegiadas ciudades marineras. Y, con seguridad, producirán trabajo y riqueza a talleres, tripulaciones, transportistas, suministradores, comercios de lujo, etc, etc… Pero vaya usted a saber lo que no habrán movido muchos de sus “propietarios” para escurrir lo que nos toca asumir a los «contribuyentes» de toda vida…

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No tomes ninguna decisión que te perjudique

No tomes ninguna decisión que te perjudique
No tomes ninguna decisión que te perjudique
Piénsalo.

Me lo dijo hace años una mujer con esa sabiduría que da mirar con detalle la Vida y a la gente.

La experiencia, quizás, no sea otra cosa que observar lo que sucede -y nos sucede- y sacar conclusiones.

Así debería trabajar el laboratorio de la vida. Experimentando y deduciendo consecuencias.

Así descubrió el hombre primitivo el efecto contundente de un palo. Y siguió experimentando. Y aprendiendo.

En realidad construimos lo que somos hoy y seremos mañana en función de lo que aprendimos ayer y de las deducciones, buenas o malas, que derivemos de nuestras experiencias.

No parece que todos los humanos seamos igualmente capaces de aprender de esas experiencias. Por eso se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra…

Aprender de nuestras actuaciones es esencial pero también enseña mucho mirar atentamente a nuestro alrededor. Lo que ocurre es que nos movemos por el mundo empujados por LAS EMOCIONES. Y las emociones pueden cegarnos. O darnos luz, si sabemos encaminarlas.

«Inteligencia emocional» es un gran concepto que Daniel Goleman divulgó en su inagotable libro publicado en 1995.

Esa rara habilidad de «usar las emociones con inteligencia» afirma Goleman que se puede aprender y LA EXPERIENCIA DEMUESTRA que resulta de enorme utilidad.

Las emociones tienen vida propia pero es posible orientarlas ¡o al menos intentarlo! para que «no nos hagan tomar decisiones que nos perjudiquen».

Hoy la intuición es también un valor en alza. De hecho hay expertos profesores que enseñan a empresarios a usar la intuición. Pero la intuición procesa impulsos, emociones, sensaciones, instintos… y experiencias.

En la sucesión interminable de encrucijadas en las que nos pone la vida siempre nos vemos obligados a optar. Ante esa elección inevitable, la única información de que disponemos muchas veces es la intuición, el «olfato», el instinto, las emociones… y la experiencia, que, de una u otra forma, se entremezcla con los otros factores. Para bien o para mal, como ya hemos dicho…

¿Cuál de estos caminos elijo?

¿A dónde me lleva cada uno?

¿Cuál tiene una salida de emergencia si me equivoco?

¿Cuál me conviene?

¿Cuál me puede llevar a donde, realmente, no quiero ir?
-«Hay gente que no mide las consecuencias de sus propios actos». Una frase hecha pero muy cierta. Lamentablemente no siempre somos conscientes de las repercusiones de lo que hacemos. Por eso hay que reflexionar. Y si alguien te dice: – «Eres un egoísta. Debes pensar primero en los demás», aunque parezca cínico, no sigas ese consejo al pie de la letra porque es insano y tiene trampa…

Piénsalo bien para que no tomes ninguna decisión que te perjudique…

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